18 octubre 2005

Tengo una alumna puta

Y luego dicen que los humanos no deberíamos hablar de razas, que a nivel genético no hay diferencias que lo justifique. Pues a nivel de genes puede, pero a nivel morfológico no hay color. Tengo una alumna en clase que es como una modelo rubia de catálogo de ropa interior. Es rusa y, como es sabido, en esta provincia las rusas o trabajan en la agricultura o son putas. Y ésta tiene la piel tan clara que no puede trabajar en el campo.
Desde que leí en un periódico local que hay estudiantes que se pagan la carrera con la prostitución tengo de forma repetitiva el sueño de que alguna de ellas vendrá a rogarme que le apruebe a cambio de lo que sea...
Así que ahora estoy deseando que esta rusita venga a tutorías. Se lo he comentado a Pedro, diciéndole que me lo había contado Álvaro antes que saliera de mi círculo de amistades por la puerta de atrás (de paso, le hundo un poco más) y me ha dicho que eso es una leyenda urbana y que la chica esa es hija de un empresario ruso o algo así. Espero que se equivoque.
La verdad es que la primera y única experiencia de ese tipo que he tenido en mi vida académica no fue con una chica, sino con un joven que se empeñó en revisar más profundamente su examen. Yo ya le había notado algo raro en clase, pero no se me ocurrió que fuera sarasa. Se echaba muy encima con la excusa de que se lo explicara mejor. Cuando se abrió un poco más la camisa con excusa del calor en pleno mes de febrero debí haber echado a correr. Eso sí, cuando me metió la mano en el pantalón lo vi claro.
Pasé de no quererle subir la nota a darle el aprobado con velocidad del rayo. Todo con tal de que saliera rápidamente de mi despacho y de mi vida. Nunca le dije a nadie que por una décima de segundo, por un instante infinito, Macareno Fernández Socías pensó en besar a un hombre. Joder, María Jesús que a poco me clavo en la cruz.

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