11 octubre 2005

Inauguración oficial del curso

Laudeamus igitur

¡Qué alegría, que alboroto!
Todos vestiditos de cucaracha con borlón,
acudimos prestos a la inauguración.
Cada año más latazo, cada curso aún peor.
Y es que, por más que se empeñen,
catedrático no es lo mismo que gran orador.

A lo que iba, acabamos de asistir al primer acto oficial del curso: lectura de la memoria, investidura de nuevos doctores, menciones a los mejores docentes, y lección inaugural. Amén de los discursos.
Hace tiempo vibraba durante este acto, pero en los últimos años me siento demasiado observado como para disfrutar. Uno debe cuidarse de medir bien con quién entra en el auditorio, al lado de quién se sienta y hasta cuándo uno asiente con la cabeza. Un desliz, y el edificio construido con tantos esfuerzos puede irse a pique y uno terminar abocado a la oposición por obligación.
Ahora, que si me vigilan, yo también lo hago. Que nadie se piense que Macareno Fernández Socías es un pusilánime que se conforma con estar en el grupo de los leales silenciosos. Yo no estoy en el grupo de los vencedores para sentirme protegido, lo hago porque desde arriba es más sencillo llegar a la cumbre. Ahora estoy en el campo base número dos: sólo debo esperar un resbalón del rector, cortar su cuerda de seguridad sin que se note mucho y subir a la cumbre. Tanto lo he pensado que ya tengo hasta elegidos los nuevos muebles del despacho rectoral...
Mientras tanto, qué remedio: a esperar y observar. Por cierto, ¿No es ese el decano de políticas? ¡Se ha sentado al lado del candidato de la oposición! ¡Le pillé!
Ay, ay Mari Luz, qué cruz...

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