24 octubre 2005

Los derechos de un catedrático

¿Quién dijo que el despotismo se había terminado?

A veces uno tiene que viajar a otros lugares del mundo para comprobar que el escalafón aún mantiene su importancia. Este fin de semana, releyendo mi diario (por cierto, es maravillosa esta aplicación pirata que me han pasado) he descubierto que la pérdida de respeto en nuestros días hacia lo que suponen la edad, la autoridad y la academia es brutal. Y lo es por un doble motivo, el primero por lo que supone de pérdida neta de respeto hacia mi persona, y el segundo, por el incumplimiento de las expectativas que ha supuesto para mi generación. Nosotros tuvimos que ser sumisos y obedientes y decir a todo que sí, incluso tuvimos que traicionar. Se hacía a cambio de un futuro en el que seríamos los reyes. Ese momento se supone que es hoy, pero hacerse respetar se ha convertido en una terrible batalla diaria.
Ni que decir tiene que no me quejo de mi situación, en absoluto, sólo que me hubiera gustado llegar a dónde estoy en los años 50. Eso si que eran tiempos de respeto, qué recuerdos ... Como en Venezuela. Hace dos años me invitaron a un curso en Caracas. Los responsables universitarios latinoamericanos aún conservan ese respeto hacia los galones del que vengo hablando. Pusieron a mi servicio un taxi para todos mis desplazamientos: ¡un chófer particular! Meses después regresé, y la situación en el país no era tan buena como en la vivita anterior y, sin embargo, el taxi seguía en la puerta del hotel. Algunos compañeros, simples titulares, me comentaron que en esa ocasión sólo estaba disponible para los desplazamientos a la universidad, pero yo lo seguí usando para todo. Y nadie osó pedirme que pagara, ¡eso es respeto y lo demás es tontería! Igualito que aquí, que se organiza una comida de departamento y hay que pagarla a escote, catedráticos incluidos.
Aunque lo mejor del viaje a Caracas fueron las noches. Lo de ser europeo, catedrático y blanquito de piel tiene su atractivo entre las venezolanas, que hay que ver lo buenas que están desde muy pequeñas. Se me hace la boca agua de pensar en aquellos cuerpos. Qué ganas tengo de regresar. Habrá que inventarse algún curso para volver. No sé, tal vez algo sobre gestión de empresas petroleras.
Mientras aquí va llegando el invierno. Ah... Mari Cruz, la vida sin merengue es una cruz.

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