Intentando hacer oír mi voz.
A lo mejor, nadie me cree. Todo el mundo dice que es muy difícil callarme. Que siempre encuentro una salida, normalmente hiriente, para escapar de los atolladeros. Sin embargo, con mi amigo, el periodista monologuista, la cosa cambia radicalmente. El tema de discusión con el que arrancó el programa era, precisamente, el ridículo de la reunión del Plan Estratégico con la sociedad. Creo que sólo pude decir buenas noches.
El tío comenzó a soltar improperios contra el desvergonzado y vergonzoso profesorado de la universidad. Mientras, el tercer contertulio sonreía con deferencia mientras se trasegaba un lingotazo de ginebra disimulado en un vaso de agua. Con el soliloquio sobre el desangelado plan estratégico des-socializado llegamos al intermedio. El tercer contertulio debió de darse cuenta de mi indisimulado mosqueo y, con gesto comprensivo, me acercó la botella de ginebra. "Este es el único trabajo en el que te pagan por beber", me dijo.
Tras los anuncios, arremetimos, realmente arremetió, contra el servicio de basuras de la ciudad, que seguía produciendo pena desde las elecciones. Y eso que habían ganado los buenos (sus buenos, claro). En ese nuevo discurso me dejó intervenir en un par de ocasiones, una para afirmar una de sus propuestas y otra para decir que en mi barrio el lavado de los contenedores tenía el sucio efecto secundario de dejar unos pestilentes charcos en medio de la calle que luego los coches se encargaban de esturrear por los bajos de las fachadas y escaparates. Me quedé con las ganas de comentar algo sobre el reciclaje, pero no pudo ser. Mientras, el tercer contertulio estiraba su sonrisa a costa del transparente elixir con nombre de reina artúrica.
Así llegó el último de los temas, la proliferación de porno en las cadenas privadas. Nuevamente el telepredicador se arrogó el derecho de pernada sobre los que estábamos en el estudio y logró estar 15 minutos casi sin respirar. Increible. Creo que nunca he visto a nadie hablar con tanto sentimiento contra la depravación de las costumbres que significaban las trasnochadoras películas porno, la terrible incidencia de éstas sobre la productividad de los trabajadores y la poca influencia que tenían en la mejora de la tasa de natalidad (única cosa positiva de las mismas).
Pero, con todo, lo más increíble vino cuando terminó el programa y, para despedirse, anunció que a continuación se proyectaba la simpática cinta "Eva Jones y la última mamada". Creo que no se oyó, pero el contertulio de la ginebra se cayó de la silla del ataque de risa.
Ay, Mari Cruz, que mi esposa ya haya apagado la luz.
El tío comenzó a soltar improperios contra el desvergonzado y vergonzoso profesorado de la universidad. Mientras, el tercer contertulio sonreía con deferencia mientras se trasegaba un lingotazo de ginebra disimulado en un vaso de agua. Con el soliloquio sobre el desangelado plan estratégico des-socializado llegamos al intermedio. El tercer contertulio debió de darse cuenta de mi indisimulado mosqueo y, con gesto comprensivo, me acercó la botella de ginebra. "Este es el único trabajo en el que te pagan por beber", me dijo.
Tras los anuncios, arremetimos, realmente arremetió, contra el servicio de basuras de la ciudad, que seguía produciendo pena desde las elecciones. Y eso que habían ganado los buenos (sus buenos, claro). En ese nuevo discurso me dejó intervenir en un par de ocasiones, una para afirmar una de sus propuestas y otra para decir que en mi barrio el lavado de los contenedores tenía el sucio efecto secundario de dejar unos pestilentes charcos en medio de la calle que luego los coches se encargaban de esturrear por los bajos de las fachadas y escaparates. Me quedé con las ganas de comentar algo sobre el reciclaje, pero no pudo ser. Mientras, el tercer contertulio estiraba su sonrisa a costa del transparente elixir con nombre de reina artúrica.
Así llegó el último de los temas, la proliferación de porno en las cadenas privadas. Nuevamente el telepredicador se arrogó el derecho de pernada sobre los que estábamos en el estudio y logró estar 15 minutos casi sin respirar. Increible. Creo que nunca he visto a nadie hablar con tanto sentimiento contra la depravación de las costumbres que significaban las trasnochadoras películas porno, la terrible incidencia de éstas sobre la productividad de los trabajadores y la poca influencia que tenían en la mejora de la tasa de natalidad (única cosa positiva de las mismas).
Pero, con todo, lo más increíble vino cuando terminó el programa y, para despedirse, anunció que a continuación se proyectaba la simpática cinta "Eva Jones y la última mamada". Creo que no se oyó, pero el contertulio de la ginebra se cayó de la silla del ataque de risa.
Ay, Mari Cruz, que mi esposa ya haya apagado la luz.
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