28 noviembre 2005

El consejo de departamento

La tarde de las cabezas cortadas.

Finalmente hubo un valiente. El inconsciente y constante Dorado hizo los honores, pero no lo anunció con antelación. Así que su paso al frente nos cogió tan de sorpresa como si hubiera salido del armario (cosa que no me extrañaría que pasara algún día, pero esa es otra historia).
La cosa comenzó mal, al interrogar como es preceptivo a los catedráticos de universidad, ni yo (por razones obvias), ni Álvaro (por inconfesables razones) levantamos el brazo. La negativa de Álvaro me cogió de nuevas, pues creía que no iba a desaprovechar la ocasión de hacerse con mi puesto. Más tarde comprendería yo el porqué.
Al preguntar entre los profesores titulares, nadie se movió, y eso que ese es un frente en el que gano por goleada. Claro, me perdió el exceso de confianza. Al pensar que Álvaro iba a ganar no preparé candidato alternativo. Así que llegamos al capítulo de la morralla, y entonces fue cuando se descubrió el pastel. Dorado levantó su mano y, acto seguido, Álvaro tomó la palabra para loar las bondades del candidato. Y, ya que estaba, comento sus buenas condiciones humanas, su rectitud moral y su "falta absoluta de mala leche". ¡Hay que ser cabrón! Encima atacando con bolas de acero.
Me cogió con el paso cambiado y la clara alusión a mi forma de llevar el departamento fue una tocada de pelotas que no me esperaba y que me escoció sobremanera. Así que le eché una mirada al secretario, ordenándole con los ojos que se presentara de inmediato. El muy imbécil, en lugar de eso, agachó la cabeza y se limitó a mirar el suelo.
"Será idiota", pensé. Pero no, no es idiota, simplemente es un hijo de puta con todas la letras. Casi me caigo de la silla cuando Dorado propuso como secretario al secretario. ¡Traición! grité para mis adentros y susurré para mis afueras, aunque los demás sólo escucharon una tos.
Para no dejar tiempo de reacción se procedió rápidamente a la votación, secreta, por supuesto. Y, cuando Dorado ya era director hizo algo que nunca olvidaré. Tiró las papeletas con los votos a la palera y les prendió fuego. "Así se garantiza el anonimato", dijo. Algunos me miraron, incluso unos pocos se sonrieron en mi cara.
Me han defenestrado. Al menos eso creen. No saben que ganar una batalla no es ganar la guerra. Aún tengo controlada la mayoría de los votos y, en esta coyuntura, mi poder en la comisión de gobierno puede chafar todas las propuestas que salgan de este departamento reaccionario. Ahora, lo más importante es lograr que en el rectorado no interpreten el resultado como una derrota personal. Tendré que hablar urgentemente con el rector.

Ay, ay Mari Luz que entre Dorado y Alvaro, me cuelgan en una cruz.

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